martes, noviembre 15, 2005

Cuando

voy por la calle miro al cielo, miro las ventanas y lo que esconden o lo que muestran, miro los zapatos de los otros transeuntes, miro los traseros de las chicas y las manos de los hombres, miro los perros que cruzan nerviosos las avenidas, miro el sol pasando entre los edificios altos, o cubriendo los parques de luz y calor, miro los autobuses que ronrronean mientras se arrastran por las calles, y los veloces taxis verdes que se atraviezan en el camino de todos los demás seres que habitan esta ciudad, lo mismo que los lentísimos taxis verdes.

Cuando voy por la calle miro estas cosas, a veces miro a una chica caminando un poco adelante de mi, acelero el paso y camino unos metros a su lado, imaginando que camino junto a ti.

domingo, noviembre 06, 2005

Luna llena

No había escrito de hombres lobo, porque nunca crucé mi camino con ellos.

Me he encontrado con duendes y con hadas, con gigantes y alquimistas, nigromantes y sirenas (Estas ultimas mis favoritas, por cierto), pero nunca un hombre lobo.
En una ocasión viajé a las llanuras, habiendo escuchado la noticia del séptimo hijo varón de una familia, nacido en noche de luna llena, al llegar le pregunté a alcalde sobre el fenómeno y contestó

-Ah si, Benito, mi ahijado...

Ahí perdí los ánimos

Pues todo el mundo sabe que el séptimo hijo varón será lobizón si nace bajo la influencia de la luna llena (alunado), a menos que lo bauticen con el nombre de "Benito" y lo apadrine el alcalde. En el caserío ese había noticia de un basilisco también, me la contó un tal Pereyra, pero como no me interesaba partí de nuevo, maldiciendo mi suerte por el camino, mi mala suerte, mi falta de cualquier otro tipo de suerte.

De vuelta a la ciudad retomé la vida normal, pensar de día, caminar de noche, dormir cuando me sorprenda el sueño, dejar una lata abierta cada dos días para la gata y croquetas para el perro, mis únicos acompañantes por la vida.

Una noche la pasaba en el bar de un amigo, pelando unos higos en la mesa del fondo, cuando, como siempre se acercó un extraño (Y ahí iba yo de nuevo, a pensar, ¿Porqué siempre se me acercan extraños? ¿Porque no se me acercan los seres cotidianos?) que dijo en voz baja, mirando mis zapatos:
-Me mandó el de la sirena... dijo que usted busca un hombre lobo.
-Y que si busco un hombre lobo?
-Pues... yo soy el indicado
-Usted sabe donde puedo encontrar uno?
-Sentado frente a usted, aquí lo tiene...
Lo miré fijamente... y claramente pude discernir la naturaleza canina en su mirada, los afilados colmillos que le prestaban ese tono tan particular al habla, el olisquear intranquilo a su alrededor
-Y… ¿Suponiendo que fuese usted un hombre lobo?
-Usted sería el primer testigo, si es que tiene las agallas, de mi licantrópica condición.
Después de una breve pero profunda charla todo quedó arreglado, la noche del 22, que seria de luna llena, yo iría a su casa, le ataría con correas y cadenas y tendría lista la cámara fotográfica para documentar el antinatural fenómeno. Cuando llegué encontré todas las ventanas selladas, las paredes insonorizadas. y en el cuarto trasero suficientes cadenas para una procesión de semana santa.
-Así me ha llevado a vivir el miedo – comentó lacónico mi objeto de estudio.

Le ayudé a Pedro (Porque ese era su nombre) a encadenarse a una serie de recios anillos empotrados en el suelo de concreto, sin dejar de tararear el tema de "pedro y el lobo"... para su evidente disgusto
-Es que usted no entiende buscacuentos, no sabe lo que sufro al saber que dentro de mi habita la bestia, conocer que una vez al mes escapa de mi, ansiosa de sangre y violencia, podría lastimar a un ser querido. ¡Incluso matar a sangre fría! La angustia de no ser dueño de mis actos. El miedo a ser perseguido, a ser visto como lo que todos somos en el fondo.... ¡Un animal!
-Le entiendo Pedro, le entiendo.... contesté tratando de tranquilizarlo, y tranquilizándome a mi mismo con el sonido de mi propia voz.

Una vez completado el ritual de encadenamiento me puso en la mano un revolver, smith and wesson, 38 especial, conosco bien el modelo.
-Uselo cuentacuentos... si es necesario, las balas son de plata. No quiero ser responsable de una tragedia...
-No será necesario, Pedro...- le respondí con voz queda...
-Si acaso lo es... –Temblaba su voz al decirlo- trate de no disparar a matar...
-Cuente con ello.
Después la historia se torna aburrida por un rato, el pasar de las horas fumando cigarrillo tras cigarrillo, la plática entrecortada, mi duda acerca de la resistencia de las cadenas, y de mi presencia de ánimo.

Hasta que comenzaron las convulsiones.

Solo les puedo decir que es muchísimo peor que cualquier cosa que haya imaginado el cine o hayan descrito en la literatura.

Sobretodo porque es real, es auténtico.

Cuando sentí que había visto suficiente salí, cerrando con llave la puerta tras de mi, dejando a Pedro en su forma animal, sujeto a las cadenas que el mismo se ha impuesto en al vida para controlar la bestia que en el habita.

Al día siguiente fue a verme al bar, evidentemente descompuesto.
-¿Y bien? ¿Que averiguó? ¿Tomó las fotografías?
-No, fue demasiado terrorífico el espectáculo... Huí despavorido.
-Pero... pero... ¡Despavorido no! ¡Si lavo los platos y sacudió la mesa antes de irse!
-Bueno, eso fue antes de la transformación, lo que pasa es que no se dio cuenta, es un poco de educación básica, costumbres de la casa materna.
-Entonces... ¿Que me dice?
-Terrorífico, es usted una bestia, un enrrabiado animal sin control, un peligro para la sociedad, le recomendaría que refuerce las cadenas…
-Lo haré cuentacuentos... lo haré... - Me dijo visiblemente alterado, aunque con un dejo de orgullo en la voz, acto seguido levantó su metro sesenta de la mesa y se alejó inclinando el sombrero, mirando nervioso en cada esquina antes de cruzar la calle...
No tuve el valor para decirle que cada 28 días, cuando la luna se llena, se convierte en un french poodle.

Todos necesitamos, a veces, creer que en el fondo somos un animal salvaje.