Llamas a mi
Ya teníamos 16 años, y ocupábamos nuestras tardes en una serie de productivas actividades que iban desde fumar y platicar en la esquina de Fresnillo hasta fumar y platicar en la esquina de Tijuana, siete cuadras eran nuestro territorio y en el reinábamos.
Éramos "Los de Tijuana" y todos nos temían porque contábamos con una línea que fácilmente rebasaba los seiscientos kilos, a esa edad ya cinco de nosotros medíamos más de 1.80 , comíamos como si fuera a pasar de moda y el fútbol nos daba esa forma indefinida entre niños y hombres. Muchos solían preferir sacarnos la vuelta. Y mientras estuviéramos en nuestro territorio estábamos seguros.
Claro que siempre hay una excepción, la excepción se llama Miguel y tenía veinte centímetros menos que el promedio, y aparte la mala costumbre de ser un casanova y enamorar a las chicas que se le atravesaran, sin importar que fueran de nuestro territorio o no. Lo único que lo salvaba es que Miguel podía correr. Y normalmente corría y corría y corría hasta que aparecía en la esquina de Tijuana, nosotros nos levantábamos de la banqueta y hacíamos frente a quien fuese que estuviera persiguiendo a nuestro pequeño Miguel en ese momento.
Pero no siempre se puede correr más rápido.
Una tarde, como de costumbre, los gritos de "Párate pendejo!" nos avisaron que Miguel estaba en problemas, y venía para acá. Le vimos dar la vuelta a la esquina con muy poca ventaja sobre sus perseguidores, apenas uno o dos pasos, y uno de ellos realmente podía correr. En nuestra esquina solo estábamos Memo y yo, justamente habíamos estado charlando acerca de cómo a Miguel no le vendrían mal un par de putazos para que se compusiera. Al verlo en tan comprometida situación nos miramos uno al otro, y seguimos sentados
Aún no llegaba a media cuadra y ya tenía a uno de sus perseguidores prácticamente encima. Lo sabía perfectamente, en su cara se veía que adivinaba nuestras negras intenciones al no ver que nos levantáramos de nuestro lugar, el acuerdo parecía ser comprendido por los tres "Si llegas hasta acá, te ayudamos, si no..."
Casi lo tenían.
Y se detuvo.
Dio media vuelta, encaró a sus dos contrincantes con los brazos en cruz y gritó a todo pulmón...
"!LLAMAS A MIIIII!"
Y sus dos seguidores se detuvieron en seco, casi cayeron al suelo del susto. Yo ni siquiera volteé a ver a Memo, me levanté de un salto pensando "Pinche Miguel, si se ganó que le ayudemos", creo que Memo pensó lo mismo porque pronto fuimos nosotros los perseguidores.
Y es que no cualquiera entraba a nuestro territorio, menos a golpear a nuestros amigos, con o sin superpoderes.
Éramos "Los de Tijuana" y todos nos temían porque contábamos con una línea que fácilmente rebasaba los seiscientos kilos, a esa edad ya cinco de nosotros medíamos más de 1.80 , comíamos como si fuera a pasar de moda y el fútbol nos daba esa forma indefinida entre niños y hombres. Muchos solían preferir sacarnos la vuelta. Y mientras estuviéramos en nuestro territorio estábamos seguros.
Claro que siempre hay una excepción, la excepción se llama Miguel y tenía veinte centímetros menos que el promedio, y aparte la mala costumbre de ser un casanova y enamorar a las chicas que se le atravesaran, sin importar que fueran de nuestro territorio o no. Lo único que lo salvaba es que Miguel podía correr. Y normalmente corría y corría y corría hasta que aparecía en la esquina de Tijuana, nosotros nos levantábamos de la banqueta y hacíamos frente a quien fuese que estuviera persiguiendo a nuestro pequeño Miguel en ese momento.
Pero no siempre se puede correr más rápido.
Una tarde, como de costumbre, los gritos de "Párate pendejo!" nos avisaron que Miguel estaba en problemas, y venía para acá. Le vimos dar la vuelta a la esquina con muy poca ventaja sobre sus perseguidores, apenas uno o dos pasos, y uno de ellos realmente podía correr. En nuestra esquina solo estábamos Memo y yo, justamente habíamos estado charlando acerca de cómo a Miguel no le vendrían mal un par de putazos para que se compusiera. Al verlo en tan comprometida situación nos miramos uno al otro, y seguimos sentados
Aún no llegaba a media cuadra y ya tenía a uno de sus perseguidores prácticamente encima. Lo sabía perfectamente, en su cara se veía que adivinaba nuestras negras intenciones al no ver que nos levantáramos de nuestro lugar, el acuerdo parecía ser comprendido por los tres "Si llegas hasta acá, te ayudamos, si no..."
Casi lo tenían.
Y se detuvo.
Dio media vuelta, encaró a sus dos contrincantes con los brazos en cruz y gritó a todo pulmón...
"!LLAMAS A MIIIII!"
Y sus dos seguidores se detuvieron en seco, casi cayeron al suelo del susto. Yo ni siquiera volteé a ver a Memo, me levanté de un salto pensando "Pinche Miguel, si se ganó que le ayudemos", creo que Memo pensó lo mismo porque pronto fuimos nosotros los perseguidores.
Y es que no cualquiera entraba a nuestro territorio, menos a golpear a nuestros amigos, con o sin superpoderes.
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