miércoles, septiembre 15, 2004

Viejos

Como todos los días salí a correr a las 6 de la mañana, al parque “De los viejitos”. Que mentira tan horrorosa lo de juventud divino tesoro, a esas horas normalmente me siento muy poco divino y mucho menos tesoro, mas bien dormido, pastoso, nublado. En cambio el parque está inundado de ancianos muy felices, se saludan muy contentos y caminan juntos, con su paso de viejito, hablando de sus cosas de viejito, no se que cosas, porque no me doy tiempo de caminar a su paso, ni me quito los audífonos para escuchar lo que dicen. Pero se ven todos bien, incluso cuando nace una discusión y todos alegan medio a gritos, seguros de que sus años le han dado a cada uno la razón.

Me acordé de dos viejos en particular.

"La abuela", que no era abuela mía, tenía un solo hijo y como cuarenta nietos, aunque solamente "las Martín" lo fueran realmente, pero siempre tuvo niños alrededor, de lo cual se aseguraba ofreciendo siempre dulces en abundancia, y Coca Cola (Cuyo consumo estaba limitado para algunos de nosotros). En su casa se podía jugar a lo que fuera. Con el tiempo nuestras necesidades cambiaron, y la abuela se aseguró de que siguiéramos visitándola, en su casa podíamos fumar (Lo cual no creo que fuera realmente malo, lo hacíamos de todos modos en otros lados) y nos ofrecía copitas de amareto mientras jugábamos a la baraja (“Porque ya son jóvenes y señoritas”, decía), juego en el que siempre nos daba una inevitable arrastrada. La abuela fue una mujer extremadamente cariñosa con su familia extendida, a mi padre le decía con su cargado acento madrileño "¡Hombre que guapo eres, y tu hijo más!", y cuando llegó el tiempo lo mismo dijo de mí y de mi hijo, y lo decía en serio... Aunque nunca destronaremos a "Robe' refor" como el hombre más atractivo que ha existido según su criterio. Que maravilla abrazarla, ya al final, frágil y diminuta, y sentir de regreso un abrazo cálido y lleno de cariño. La abuela nos quería por lo que somos, y nada mas, si hubiéramos terminado siendo ladrones o diputados plurinominales nos hubiese seguido amando de la misma desaforada manera (Aunque nunca tanto como a sus nietas verdaderas, en la baraja hacía trampa para que ellas ganaran, pecata minuta que admitió cuando yo tenía casi 30 años).
Pienso también en Don Esteban Utrera, agricultor carpintero y músico, un maestro con el requinto, de seguro ya ha trabajado muchísimo, y lo sigue haciendo en su casa en "El Hato" Veracruz, rodeado de hijos y nietos. Lo he visto pocas veces, siempre tocando su guitarra de son con esas manos nudosas y duras, de viejo que las ha trabajado y maltratado a través de muchas décadas. ¡Pero como toca! Y los jóvenes se acercan a escucharlo, las muchachas bailan un zapateado sobre la tarima mientras el puntea o hace un tangueo, y entre son y son le da unos tragos a algún torito de limón (Aguardiente de caña, azúcar y jugo de fruta). Nunca le va a faltar nada de eso, mientras siga tocando su requinto. Y si la fiesta amanece el también puede amanecer. Alguna ocasión me tocó ver a su hijo a las tres de la mañana diciéndole -Ya vámonos papá- y el viejo Utrera respondía-Si quieres tu vete, yo aquí me quedo, aquí está bueno-.
Con nietos, con amigos, con música, paseando y platicando a las seis de la mañana en la plaza de la esquina. Se puede ser viejo y ser feliz. Ojalá y yo encuentre la manera de llegar a ser un viejo tan feliz como cualquiera de estos. Por mientras, a despertarse temprano y a correr para llegar más o menos entero.

Entre correr, manejar el volumen del discman y hacer el cálculo de cuantas vueltas por cada taquito de la noche anterior recordé también "The afterlife" de John Updike (“Lo que nos queda por vivir”, en español, de Tusquets), un libro hermoso con una serie de cuentos en los que se reflejan imágenes de la vejez, en diferentes estadíos y con diferentes maneras de verla. Dato curioso, lo leímos mi padre, mi abuela y yo al mismo tiempo. Mi padre de 50, yo de 26, mi abuela de setenta y algo (obviamente no me dice). A los tres nos encantó, aunque de seguro de manera diferente, como alguien que la ve cerca, alguien que la ve lejos aún y alguien que ya la vive.

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