jueves, agosto 18, 2005

El hechicero

Le conocía de hace tiempo, tomaba café en la mesa de al lado en "la esperanza", donde solía ir con Diaz Carreño a escuchar sus más nuevos poemas, mostrarle mis impresiones, comentar los ultimos acontecimientos culturales de la ciudad, quien estaba ahora con quien y quienes se habían peleado, en pocas palabras a chismear como cualquier par de amigos.

Nuestra comunicación se limitaba a un saludo con la cabeza cada vez que coincidíamos en el café, tal vez un comentario sobre el clima o el futbol, nada más.

Puntualmente a las ocho y media pagaba y se retiraba, murmurando apenas -'Nas noches- antes de salir por la puerta, su vida hubiera sido un misterio para nosotros si no fuese porque no nos interesaba en lo más mínimo. Un hombre gris poco llama la atención normalmente, y nosotros somos suficientemente ruidosos para colmar el café con nuestras imágenes y palabras que bailaban siempre entre los ceniceros medio llenos y azucareras medio vacías.

Un día Diaz Carreño propuso seguir la noche en otro lado.

-Anda huevón, vamos al Tropicaleo...-

Y ante tan emotiva invitación, ni el mas bragado se raja, así que apresté la vieja Nikon y acompañé al poeta al citado salón de baile.

Al entrar nos miraron un poco extraño, a pesar de que todos los asistentes son de extracción popular lucen sus mejores galas, y nosotros igual de zarrapastrosos que siempre, pero al Tropicaleo no se le niega la entrada a nadie, ni a un par de bohemios sin oficio ni beneficio como orgullosamente nos hacíamos llamar.

Ahí fué que descubrí a nuestro hechicero, transfigurado, los faldones de la camisa por fuera, la mirada perdida en la multitud, moviendose al ritmo de la música.

Haciendo la música.

El mismo hombre callado de la mesa de al lado era ahora un loco, un maniático delirante que transpiraba con los ojos desmesuradamente abiertos y una carcajada a punto de brotar.

Contagiandonos.

Haciendo que doscientas parejas se movieran al mismo tiempo, cada hombre pensando que bailaba con la mujer más sensual, cada mujer segura de que su pareja era el más apuesto.

En ningún momento pude quitar la mirada de sus pies que marcaban el ritmo, ni sus manos que hacían que un instrumento tan sencillo como un cencerro se volviera la batuta que dirigía a casi medio millar de seres humanos, todos enamorados, todos eufóricos. Un verdadero hechicero que nos tenía a todos bajo su embrujo hipnótico. Incluso yo baile y me enamoré sin siquiera pretenderlo.

Lo seguimos viendo todos los jueves en el café, pero ya no pudimos saludar con la misma indiferencia al hombre, que ya nunca fué gris. Sé que ahora el poeta lo envidia.

3 Comentarios:

Blogger Dharma dijo...

Sucede que cuando se quita la máscara gris, no hay retorno...

18/8/05 02:48  
Blogger lacuevadelaloba dijo...

Conociste a Simón Tamez? El no era un hombre de gris sino de negro. Cuando tocaba la guitarra eléctrica en un rock, caían rayos. Cuando era un blues, llovía.

También se sentaba toda la tarde en el café, leía cartas astrales para sobrevivir y hablaba casi nada.

El café no ha vuelto a ser igual desde que se murió.
Buuu.

20/8/05 01:14  
Blogger Araceli Gallardo Peña dijo...

Esos saltos de un concepto a otro, siempre marcan la existencia.

20/8/05 08:50  

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal