lunes, septiembre 27, 2004

Coincidir.

Visitando la ciudad de México me gusta alardear acerca de mi familiaridad con la vida capitalina. Me muevo libremente utilizando los transportes publicos para acudir a citas o eventos, y aprovecho los largos trayectos en metro para leer, sumergido en mi música y mi lectura, treinta minutos de desplazamiento con dos transbordos pasan en un instante. Lo raro es cuando ese instante coincide con el instente de alguien más, como cuando Ernesto, compañero de escuela, subió exactamente al mismo vagón en el que yo viajaba en la estación chabacano, y en ese instante coincidencial levanté la vista y reconocí al amigo que no veia desde hace ocho años. Las historias compartidas tras el encuentro nos llevaron a saber que uno vive ahora en Monterrey y el otro en Tepic, que yo viajo al D.F. con frecuencia y ell solo una vez al año, o menos, y nos encontramos en un vagón de metro.
Las coincidencias son cosas maravillosas, nadie niega la probabilidad de que ocurran, y tinen valor tanto por su rareza como por su significado. Es tambien una coincidencia que en el mismo momento hubiera treinta personas en el mismo vagón de metro, pero lo maravillosos es que de esas treinta, dos hubieran compartido tantas cosas en un tiempo pasado, y tan pocas en el presente.
Coincidencias felices, no puedo olvidar cuando, en mi primera inmersión como alumno de buceo, me maravillaba al conocer por vez primera ese “Mundo del silencio” descrito por Jacques Cousteau, pensando justamente en lo poco apropiada que resultaba su definición, pues bajo el agua uno se encuentra continuamente envuelto en ruidos blancos, moviemientos de agua, sonido de burbujas. En ese primer encuentro de un hombre con la experiencia subacuática ví en el fondo un objeto cuadrado y liso. Curioso como siempre he sido, lo tomé entre mis manos y me di cuenta que era una cartera, aún con un billete de cien pesos y una credencial con la fotografía de Victor, mi compañero de casa, que la había perdido un mes antes, como aguja en un pajar, como una cartera en el maroceano, lo perdido había sido encontrado justo por la persona más cercana al dueño de la cartera. Muchas tardes pasamos recordando juntos esa extraordinaria coincidencia.

Paul Auster, novelista estadounidense, explora como nadie los juegos que el azar pone frente a sus personajes: "Una vez Paul Auster fue de excursión al bosque y encontró el idioma al que mucho más tarde trataría de traducir el mundo, el mundo cómico y aterrador: encontró el idioma del azar, el idioma de la casualidad y las coincidencias, el idioma de los encuentros fortuitos que se convierten en destino.” Escribe Justo Navarro al rpologar “El cuaderno rojo”. Podría recomendarles un libro en particular de Auster, pero todos sus cuentos, ensayos y novelas son maravillosos ejemplos de cómo se construye una historia con precisión matemática, como los destinos de uno nunca están desligados de aquellos que cruzan su camino. El efecto mariposa a su máxima expresión. Dense una vuelta a su librería favorita (Si es LIBEKO mejor, y le dicen a Homero que yo les conté, a ver si se porta bien y me sigue dando chance de ir a leer y tomar café a su librería). Y sumerjanse en una de las lecturas más deliciosas que puede uno mimaginarse. Claro que todo esto es un buen pretexto para no recomendarles el libro que pensaba pero como estoy en el estudio no lo tengo a la mano.

salú

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal