Star crossed lovers
Entonces no sabíamos nada y ya lo sabíamos todo. Aunque ellos tenían la ventaja de conocerse, yo fuí el ultimo en agregarme al grupo, o más bien ser agregado por ellos. En ese entonces todos teníamos 18 años y yo era un poco más callado que lo normal, aunque menos que Antonio, estudiantes de primer semestre de filosofía, Antonio y Lucía orbitaron el uno alrededor del otro desde un principio, extraños en un mundo de seres extraños. Se distinguieron por sus singularidades, ella venía del norte y el del sur, ella pálida, con acento extranjero, hermosa y por lo mismo inalcanzable, mientras que el podría ser un tipo común, si no estuviese constantemente envuelto en una gabardina que hacía ver su metro ochenta aún más imponente, usase guantes con los dedos recortados y fumara cigarrillos sin filtro sin cesar, que guardaba sobre la oreja para que todos apreciáramos el solitario arete con una pluma azul que llevó durante cinco años. El hablaba aún menos que yo, hasta que comenzó a hablar con Lucía, solo con ella.
Un día Lucía apreció por encima de mi hombro uno de los dibujos que ya entonces ocupaban todo mi tiempo libre. Al acercarse ella a mi, Antonio me aceptó inmediatamente como alguien más que formaba parte del universo Lucía. Así descubrí que ella era mucho más infantil que lo que sus aires de femme fatal hacían parecer, y que el silencio de Antonio era más por timidez que por darse aires de misterio, claro que eso lo supe hasta mucho después, entonces yo era feliz por ser parte del pequeño y hermético clan. Pasábamos horas hablando, o más bien yo dejaba que ellos hablaran de poesía y filosofía mientras dibujaba en mi cuaderno lo primero que me viniese a la mente, muchos retratos, de ambos, tan hermosos y tan dispuestos a ser mis modelos de tiempo completo.
Los dos querían ser escritores, Lucía hacía ya entonces relatos tristes, nostálgicos, extrañando un hogar que nunca tuvo, y un amor que no había conocido aún. Antonio cuentos cortísimos, llenos de un romanticismo a la antigüita, y poemas que respetaban las formas cerradas clásicas, jugando con octasílabos y endecasílabos, totalmente en contra a su imagen de hombre duro. En esa época que solo podíamos ser niños sintiéndonos hombres.
Ella era la única que no trabajaba, Antonio pasaba sus tardes en una librería, y yo mis noches en la recepción de un hotel que no era tan lujoso como para ser considerado de primera ni tan barato como para llamar la atención de parejas que buscan intimidad. Así que a partir de medianoche podía usar un cuarto especial para empleados y dormir, o charlar cuando venían de visita, con Antonio acerca de sus teorías tan ortodoxas de que el arte debe estar basado en un conocimiento del oficio, con Lucía de la música que había conocido en sus viajes (Antonio y yo ya conocíamos el mundo entero gracias a sus narraciones). Ahí dibujé por única vez a Lucía desnuda, en un boceto que desde entonces guardo, y ahí Antonio me confesó que amaba a Lucía dos días antes que ella desapareciera.
Ella desapareció.
A partir de ese día la escuela de pronto no tuvo demasiado sentido para Antonio, ni la librería, ni fumar mota en el hotel, simplemente estaba aburrido, al mismo tiempo que yo descubría que si no había querido estudiar artes realmente tampoco quería estudiar filosofía, solo dibujar.
Antonio dijo un día – Vámonos al mar – Y nos fuimos. A un puerto cercano a su ciudad, donde pensábamos ser contratados en un barco y recorrer mundo. Pero no sabíamos nada de la vida en el mar y tuvimos que vivir de lo que pudiésemos, Antonio sirviendo copas en un bar y yo haciendo caricaturas a los marineros borrachos, rusos y japoneses que querían un retrato de ellos con sombrero charro o montando un burro con la consabida leyenda “Recuerdo de México”. Finalmente Antonio ganó el derecho a formar parte de la tripulación de un carguero panameño, a través de una apuesta y una pelea de box en la que casi pierde la vista de un ojo, aunque nunca se quejó, ni conmigo ni con nadie. Solo me enteré cuando el médico de a bordo me dijo, cuando desembarcábamos de licencia en Belice, que mi amigo no debía boxear nunca más.
Recorrimos el mundo, que resultó mucho menos glamoroso que lo que habíamos imaginado, una sucesión de puertos comerciales que con el tiempo comenzaban a verse siempre iguales. Despues de dos años y medio de mares y puertos, volvimos a mi ciudad, mucho más delgados y morenos que cuando nos fuimos, un poco más hombres. Y en una cena familiar apareció Lucía.
En un principio los tres estabamos igual de sorprendidos, apenas acertando a decir frases bastante estúpidas preguntándonos sobre los tres años que habíamos perdido en la historia de los otros. La mía y la de Antonio eran una misma, la de Lucía se nos antojaba fantástica, digna de las cosas que solo a ella le sucedían. Antonio, según su costumbre (Costumbre de marinero) bebió hasta quedar dormido, y Lucía y yo amanecimos hablando, ahí me confesó que había desaparecido por estar terriblemente enamorada de Antonio y no sentirse correspondida, que se había ido a vivir con su abuela a otro país, trabajó por primera vez en su vida descuidando los estudios que recién comenzaba de nuevo, perdió su virginidad con un tipo que tenía el cabello largo y negro igual que Antonio, pero hablaba tonterías en otro idioma, y finalmente volvió pensando en que de todos modos nunca encontraría a ninguno de nosotros. Yo le conté como viajamos en camión hasta la costa, acerca de nuestra vida nocturna y la corta carrera de boxeador de Antonio, de cómo conocimos el sexo al mismo tiempo, con un par de gringas en Venezuela, la misma noche que huimos de un bar sin pagar saltando desde la azotea a un callejón sin salida, le conté de las tormentas en alta mar y como nunca pude contener el mareo mientras Antonio hacia alarde de marinería pasando la noche en cubierta, fumando cigarrillos mojados mientras duraba el temporal, simplemente porque le daba terror que nos hundiéramos y quedar encerrado en el camarote.
Dos días después del reencuentro Antonio y Lucía fueron la pareja que siempre debieron haber sido, un poco más maduros, a pesar de que solo teníamos 22 años. Yo salí con una bailarina y después con una maestra, ilustraba cuentos infantiles en la misma editorial en la que Antonio corregía textos, Lucía terminaba su carrera para dedicarse al diseño. Finalmente, creíamos ser adultos. Antonio volvió a escribir cuentos y poemas de amor.
Con el tiempo Lucía me contó acerca de sus intenciones de vivir juntos, y tener hijos con quien realmente era el amor de su vida. Antonio escribió mejor que nunca, y yo ilustraba cuentos que dedicaba a los hijos que un día tendrían mis mejores amigos. Todo parecía perfecto, ahora que sabíamos como era el mundo y la vida. Mi amigo ya no bebía tanto, cuando amanecíamos una borrachera el se quedaba sentado y fumando en silencio, con la misma cara que tenía cuando temía morir encerrado en un camarote, cubierto por las frias aguas de la maroceano. Le dije a Antonio –Vámonos al mar- No dijo que no.
Nos despedimos, Lucía lloró y nos dijo “¡Si cruzan esa puerta son un par de ojetes y nunca quiero volver a verlos!”.
Cruzamos esa puerta.
Viajamos un tiempo, poco más tarde volvimos a nuestra vida, Antonio editando textos y yo dibujando, ahora en el circuito del arte, ganando uno o dos premios menores de vez en cuando. A el lo veo frecuentemente, cuando coincidimos, por lo menos dos veces al mes nos juntamos a comentar nuestras historias pasadas. De Lucía solo sé que vive en la misma ciudad, aunque no devuelve mis llamadas, nunca nos perdonó.
Pero Antonio si contesta mis llamadas, nunca naufragaremos.
Un día Lucía apreció por encima de mi hombro uno de los dibujos que ya entonces ocupaban todo mi tiempo libre. Al acercarse ella a mi, Antonio me aceptó inmediatamente como alguien más que formaba parte del universo Lucía. Así descubrí que ella era mucho más infantil que lo que sus aires de femme fatal hacían parecer, y que el silencio de Antonio era más por timidez que por darse aires de misterio, claro que eso lo supe hasta mucho después, entonces yo era feliz por ser parte del pequeño y hermético clan. Pasábamos horas hablando, o más bien yo dejaba que ellos hablaran de poesía y filosofía mientras dibujaba en mi cuaderno lo primero que me viniese a la mente, muchos retratos, de ambos, tan hermosos y tan dispuestos a ser mis modelos de tiempo completo.
Los dos querían ser escritores, Lucía hacía ya entonces relatos tristes, nostálgicos, extrañando un hogar que nunca tuvo, y un amor que no había conocido aún. Antonio cuentos cortísimos, llenos de un romanticismo a la antigüita, y poemas que respetaban las formas cerradas clásicas, jugando con octasílabos y endecasílabos, totalmente en contra a su imagen de hombre duro. En esa época que solo podíamos ser niños sintiéndonos hombres.
Ella era la única que no trabajaba, Antonio pasaba sus tardes en una librería, y yo mis noches en la recepción de un hotel que no era tan lujoso como para ser considerado de primera ni tan barato como para llamar la atención de parejas que buscan intimidad. Así que a partir de medianoche podía usar un cuarto especial para empleados y dormir, o charlar cuando venían de visita, con Antonio acerca de sus teorías tan ortodoxas de que el arte debe estar basado en un conocimiento del oficio, con Lucía de la música que había conocido en sus viajes (Antonio y yo ya conocíamos el mundo entero gracias a sus narraciones). Ahí dibujé por única vez a Lucía desnuda, en un boceto que desde entonces guardo, y ahí Antonio me confesó que amaba a Lucía dos días antes que ella desapareciera.
Ella desapareció.
A partir de ese día la escuela de pronto no tuvo demasiado sentido para Antonio, ni la librería, ni fumar mota en el hotel, simplemente estaba aburrido, al mismo tiempo que yo descubría que si no había querido estudiar artes realmente tampoco quería estudiar filosofía, solo dibujar.
Antonio dijo un día – Vámonos al mar – Y nos fuimos. A un puerto cercano a su ciudad, donde pensábamos ser contratados en un barco y recorrer mundo. Pero no sabíamos nada de la vida en el mar y tuvimos que vivir de lo que pudiésemos, Antonio sirviendo copas en un bar y yo haciendo caricaturas a los marineros borrachos, rusos y japoneses que querían un retrato de ellos con sombrero charro o montando un burro con la consabida leyenda “Recuerdo de México”. Finalmente Antonio ganó el derecho a formar parte de la tripulación de un carguero panameño, a través de una apuesta y una pelea de box en la que casi pierde la vista de un ojo, aunque nunca se quejó, ni conmigo ni con nadie. Solo me enteré cuando el médico de a bordo me dijo, cuando desembarcábamos de licencia en Belice, que mi amigo no debía boxear nunca más.
Recorrimos el mundo, que resultó mucho menos glamoroso que lo que habíamos imaginado, una sucesión de puertos comerciales que con el tiempo comenzaban a verse siempre iguales. Despues de dos años y medio de mares y puertos, volvimos a mi ciudad, mucho más delgados y morenos que cuando nos fuimos, un poco más hombres. Y en una cena familiar apareció Lucía.
En un principio los tres estabamos igual de sorprendidos, apenas acertando a decir frases bastante estúpidas preguntándonos sobre los tres años que habíamos perdido en la historia de los otros. La mía y la de Antonio eran una misma, la de Lucía se nos antojaba fantástica, digna de las cosas que solo a ella le sucedían. Antonio, según su costumbre (Costumbre de marinero) bebió hasta quedar dormido, y Lucía y yo amanecimos hablando, ahí me confesó que había desaparecido por estar terriblemente enamorada de Antonio y no sentirse correspondida, que se había ido a vivir con su abuela a otro país, trabajó por primera vez en su vida descuidando los estudios que recién comenzaba de nuevo, perdió su virginidad con un tipo que tenía el cabello largo y negro igual que Antonio, pero hablaba tonterías en otro idioma, y finalmente volvió pensando en que de todos modos nunca encontraría a ninguno de nosotros. Yo le conté como viajamos en camión hasta la costa, acerca de nuestra vida nocturna y la corta carrera de boxeador de Antonio, de cómo conocimos el sexo al mismo tiempo, con un par de gringas en Venezuela, la misma noche que huimos de un bar sin pagar saltando desde la azotea a un callejón sin salida, le conté de las tormentas en alta mar y como nunca pude contener el mareo mientras Antonio hacia alarde de marinería pasando la noche en cubierta, fumando cigarrillos mojados mientras duraba el temporal, simplemente porque le daba terror que nos hundiéramos y quedar encerrado en el camarote.
Dos días después del reencuentro Antonio y Lucía fueron la pareja que siempre debieron haber sido, un poco más maduros, a pesar de que solo teníamos 22 años. Yo salí con una bailarina y después con una maestra, ilustraba cuentos infantiles en la misma editorial en la que Antonio corregía textos, Lucía terminaba su carrera para dedicarse al diseño. Finalmente, creíamos ser adultos. Antonio volvió a escribir cuentos y poemas de amor.
Con el tiempo Lucía me contó acerca de sus intenciones de vivir juntos, y tener hijos con quien realmente era el amor de su vida. Antonio escribió mejor que nunca, y yo ilustraba cuentos que dedicaba a los hijos que un día tendrían mis mejores amigos. Todo parecía perfecto, ahora que sabíamos como era el mundo y la vida. Mi amigo ya no bebía tanto, cuando amanecíamos una borrachera el se quedaba sentado y fumando en silencio, con la misma cara que tenía cuando temía morir encerrado en un camarote, cubierto por las frias aguas de la maroceano. Le dije a Antonio –Vámonos al mar- No dijo que no.
Nos despedimos, Lucía lloró y nos dijo “¡Si cruzan esa puerta son un par de ojetes y nunca quiero volver a verlos!”.
Cruzamos esa puerta.
Viajamos un tiempo, poco más tarde volvimos a nuestra vida, Antonio editando textos y yo dibujando, ahora en el circuito del arte, ganando uno o dos premios menores de vez en cuando. A el lo veo frecuentemente, cuando coincidimos, por lo menos dos veces al mes nos juntamos a comentar nuestras historias pasadas. De Lucía solo sé que vive en la misma ciudad, aunque no devuelve mis llamadas, nunca nos perdonó.
Pero Antonio si contesta mis llamadas, nunca naufragaremos.
5 Comentarios:
Muy bueno perro, muy bueno <--He ahí mis comentarios positivos :) Nombre de verdad me ha gustado mucho ("me ha gustado" porque sé que lo vas a seguir editando una y otra vez, y estoy segura de que cada vez me gustará más) Te felicito por provocarme envidia con esa vida..
ahhh muy bueno... que chido amor el del cuate. Si, me gustó. Ya sé que esperas retroalimentación, pero lo único que puedo decir es que la palabra "ojetes" me hizo ruido, ya sé que no está mal, pero no checaba, o si?.. ups! lo siento, me atacó mi espiritu puritano, se me hizo fácil. Buen Pablo, chido!
Me encanto!! es muy bueno en mi opinion, que no es la de un critico literario, ni de experto en la materia, mas bien la de un (simple) a veces no tan simple lector de esos que son mas corrientes que comunes.
Tus escritos me regalan imagenes de historias en algun lado conocidas y despues como olvidadas.
Quiron, Lector 6 cautivo :o)
Me encanto!! es muy bueno en mi opinion, que no es la de un critico literario, ni de experto en la materia, mas bien la de un simple a veces no tan simple lector de esos que son mas corrientes que comunes.
Tus escritos me regalan imagenes de historias en algun lado conocidas y despues como olvidadas.
Quiron, Lector 6 cautivo :o)
Excelente, me pareció extremadamente buena la historia, aunque un poco triste, ojalá algún día Lucía y Antonio se reencuentren y revivan su amor...
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