lunes, febrero 14, 2005

Manuel

Cruzó cual robinsón la calle de Simón Bolivar rumbo a las tostadas de los cieguitos, para echarse un delicioso tentempié mañanero, antes de pasar por la oficina de Mariela a regalarle una fina camiseta con un poema que copió de una barda "Soy tu mirada que me observa".

Esquivó en habil slalom los baches de la calle y la alcantarilla abierta, también una popó de perro habilmente colocada a media banqueta que esperaba maliciosa un zapato desprevenido. Compró cinco pesos de semillas de calabaza con la señora de la carretilla y silbó tres notas de la canción que se escuchaba en su radio "Loco, no importa que me llamen locó".

En el jardín de doña Martha le llamó la atención una rosa, así que parado de puntitas desafió al salvaje "chato" que ladraba imponente desde una casita tamaño perro chihuahua, se espinó el dedo indice y el anular, pero consiguió un botón de rosa apenas reventado. Y una mirada reprobatoria de doña Martha que salió con la escoba justo a tiempo de ver la mochila gris de Manuel perderse por la esquina.

Cuando llegó a la oficina de Mariela ella ya había salido a comer, con Justo, que le envió un arreglo de 50 rosas, una tarjeta de muchos colores "Printed in Indonesia" y la invitó a comer con la intención de llevarla despues a un motel que tiene Jacuzzi.

Manuel evaluó durante cinco minútos la posibilidad de instalar un jacuzzi en su departamento de soltero, pero decidió que sería mejor comprar una cama primero, aunque su colchón en el piso es más cómodo y fresco en verano.

Pensó otros cinco minutos, y decidió cambiar de dirección... La oficina de Cecilia no queda tan lejos y a lo mejor todavía no ha salido a comer...

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