Remitente
Jaime se pasa horas sentado al lado de Luisa mientras ella escribe, escribe cartas bajo pedido, llena formas fiscales y solicitudes de empleo, lo que más le gusta es cuando alguno de esos muchachos que se juntan en la alameda, que hablan otomí o purepecha entre ellos, se acerca con un poco de pena y un arrugado billete de veinte a contarle cosas muy sencillas, promesas de pronto retorno, planes para construir una casa "de material", instrucciones para la compra de un becerro, y al final terminan con un "te quiero", o un "te extraño", antes de poner el nombre del remitente. Luisa disfruta de esas cartas con alegría sencilla, la misma que le contagia cuando alguno de los fuereños se acerca a ella y pide que le lea una carta recién llegada, eso lo hace grátis, y a menos de que tenga trabajo la lee varias veces, las que sean necesarias para que el destinatario descubra todos los mensajes ocultos en las simplísimas palabras, sonría de satisfacción al saber que su madre ya tiene un techo de teja gracias al dinero remesado, o pregunte ansioso "Señorita ¿Usté cree que todavía me quiera?". Luisa siempre contesta que sí, que las cartas son como besos y abrazos que vuelan por el aire en alas de las palabaras, y que los amores que se riegan, aunque séa de lejos, siempre florecen.
Luisa es escribana, con su vieja remington y su mesita frente al palacio. Jaime es de esos que de tantos trabajos que tiene pasa por desempleado, vive de arreglar jardines y pintar casas, de hacer de cargador y velador, de lavar autos y cocinar pan por la madrugada. El también es de los que viajaron de muy lejos, de un pueblito en la costa del golfo, siempre cuenta que ahí es donde se comen re sabrosas las acamayas, los tamales son más grandes, con más carne, cada uno envuelto en su hoja de plátano y con su acuyo para darle ese sabor que en la ciudad no se encuentra. Cuando ni Luisa ni el tienen trabajo le cuenta a Luisa historias de su pueblo, le cuenta que en verano los prados se cubren de luciérnagas (Aunque el dice cocuyos), que los niños se van con botes de vidrio a capturarlas para llevarse un poco de magia a casa y duermen con el rostro iluminado por luz verde y fría, con la sonrisa que da la certidumbre que a esa noche sigue una igual, o más bella. También le cuenta de como los guayabos florecen e invitan a que se suba uno a sus ramas a comerse sus frutas rosadas y dulces, o más cerquita el invierno las mandarinas y las naranjas que dejan las manos oliendo a cáscara, la boca dulce y fresca.
Le cuenta también del río enorme donde si uno se va por el centro y se deja llevar solito llega al otro pueblo, donde venden empanadas bien sabrosas, pero el problema despues es el regreso remando duro, aunque en el camino nunca falta con quien ir echando chorcha y espantando a las iguanas.
Tambien le cuenta que allá no le queda nada, ni madre ni padre, que los hermanos murieron y no tiene ninguna propiedad, por eso cree que no tiene caso volver. Igual que todos esta juntando el dinero para poder pasarse al otro lado. Otro viaje para uno que no tiene tierra.
-Oiga señorita Luisa, ojalá que en Chicago encuentre también una escribana para poder mandarle cartas desde allá, aunque no créo que vaya a ser tan bonita como usted, si me permite...-
Luisa es escribana, con su vieja remington y su mesita frente al palacio. Jaime es de esos que de tantos trabajos que tiene pasa por desempleado, vive de arreglar jardines y pintar casas, de hacer de cargador y velador, de lavar autos y cocinar pan por la madrugada. El también es de los que viajaron de muy lejos, de un pueblito en la costa del golfo, siempre cuenta que ahí es donde se comen re sabrosas las acamayas, los tamales son más grandes, con más carne, cada uno envuelto en su hoja de plátano y con su acuyo para darle ese sabor que en la ciudad no se encuentra. Cuando ni Luisa ni el tienen trabajo le cuenta a Luisa historias de su pueblo, le cuenta que en verano los prados se cubren de luciérnagas (Aunque el dice cocuyos), que los niños se van con botes de vidrio a capturarlas para llevarse un poco de magia a casa y duermen con el rostro iluminado por luz verde y fría, con la sonrisa que da la certidumbre que a esa noche sigue una igual, o más bella. También le cuenta de como los guayabos florecen e invitan a que se suba uno a sus ramas a comerse sus frutas rosadas y dulces, o más cerquita el invierno las mandarinas y las naranjas que dejan las manos oliendo a cáscara, la boca dulce y fresca.
Le cuenta también del río enorme donde si uno se va por el centro y se deja llevar solito llega al otro pueblo, donde venden empanadas bien sabrosas, pero el problema despues es el regreso remando duro, aunque en el camino nunca falta con quien ir echando chorcha y espantando a las iguanas.
Tambien le cuenta que allá no le queda nada, ni madre ni padre, que los hermanos murieron y no tiene ninguna propiedad, por eso cree que no tiene caso volver. Igual que todos esta juntando el dinero para poder pasarse al otro lado. Otro viaje para uno que no tiene tierra.
-Oiga señorita Luisa, ojalá que en Chicago encuentre también una escribana para poder mandarle cartas desde allá, aunque no créo que vaya a ser tan bonita como usted, si me permite...-