La
Ya bastante es dominar este trasto que tiene casi mi edad, aparte llevar la sensación de incomodidad por tenerte en el asiento del copiloto, tan cercana y distante, con esa amabilidad forzada que te lleva a decir mientras miras ausente por la ventana:
-Gracias por el aventón al aeropuerto.-
-Ya sabes, cuando quieras, solo tienes que levantar el teléfono.-
A pesar de todo, aquí vamos al aeropuerto a medianoche, si viviéramos en otro lado no habría problema, pero resulta que por una vez hicieron algo responsablemente los políticos y construyeron el aeropuerto afuera de esta ciudad, venir en taxi te saldría mucho más caro que simplemente llamarme.
-Te he extrañado- me dices – ¿Porqué ya no me llamas?-
-Ya sabes, mucho trabajo- muy poco creíble mi mentira por cierto – Pero, me acuerdo de ti… a veces-
Muchas más de las que debería.
-¿Si? ¿Pero porque no me llamas?-
-Ya sabes, me la paso viajando o encerrado en el estudio, o el laboratorio-
Aparte mi hermano te llama afectuosamente “Esa perra” por las veces que llegué llorando a su casa cuando todavía estábamos “juntos”, y mi mejor amiga no quiere ni oír hablar de ti después de que me rompí la mano al hablar por teléfono contigo la última vez. Poco consuelo.
-Pues deberíamos vernos-
-Algún día-
-Bueno, por dos meses no podremos-
Sabes que es cierto, yo lo sé, sabes que me sigue doliendo que lo menciones, golpeándome como la ola de aire frío al entrar al aeropuerto
-¿Que hora es?- preguntas mostrándome tu muñeca sin reloj-
-La una y media.-
-Hay tiempo, voy al baño.-
Como acostumbras, me dejas solo.
Solo, para ver mi reloj y los minutos que pasan…
Doce.
Son muchos minutos para ir al baño… El aeropuerto está vacío a esta hora, y la única manera de estar contigo es hacer las cosas sin pensarlas, así que entro al baño de mujeres a ver que te retiene. Te encuentro sola, mirándome apoyada en la barra de mármol de los lavabos.
-Dos meses son mucho tiempo- Me dices…
Con eso me tienes ya, como de costumbre, demasiado cerca de ti, estirando la mano que toca tu cuello mientras cierras los ojos y adelantas el pecho. Mis labios siguen el camino de mi mano, mientras mi mano sigue su propio camino explorándote, llegando a la frontera de la ropa, cruzándola sin miramientos, sintiendo que tu vientre se agita bajo mi tacto, en tu cuello tu respiración baila bajo mis labios, y tus pezones se adelantan para rozarme la punta de los dedos… ¿O fue al revés? Tus manos desabrochan mi pantalón, sabiendo perfectamente como hacerlo después de tantas veces, y te encuentras con que la tristeza y la nostalgia realmente son deseo.
Solo me detengo un instante cuando me encuentro con mi propia mirada en el espejo, mi mirada y tu espalda, hermosa, arqueándose hacia mi. Siento tu mano en mi cadera, su gemela subiendo bajo mi camisa, replicando el movimiento de la mía que sube bajo tu falda para encontrar que lo que sea que llevas bajo ella está mojado, cálido, como todo tu cuerpo que responde a mi tacto, los dos nos movemos como bailando ballet con zapatos de goma, sin querer desprendernos de la ropa, ni de la posibilidad de que alguien abra la puerta y nos sorprenda, nos sorprenda ahora que hago a un lado ese pequeño trozo de tela y me acerco para penetrarte, para sentir que me envuelves, con tus brazos, con tus piernas, con ese sentir, dar, ser y arrebatar que nos ha llevado a tantas cosas.
El mármol de la barra ya no es frío, el calor es tanto que seguramente nuestra piel compartida brilla con luz naranja.
Me niegas tus labios con la misma furia con la que me das todo lo demás.
La misma furia con la que mi cuerpo entero se mueve para sentir cada espacio y cada rincón de tuyo, que sé que me desea, que me necesita por lo menos en este instante, por momentos me lleva a pensar que eres pequeñísima entre mis manos, debo protegerte , quererte y darte todo lo que este bohemio sin oficio ni beneficio puede dar, pero el instante siguiente siento que el desvalido soy yo, quien está a tu merced, que con tus piernas no me envuelves sino me atrapas en una dulce caricia que solo busca mi muerte y mi olvido.
Con una mano siento el mármol que ya late al ritmo de nuestros gemidos, las paredes que nos encierran y liberan al mismo tiempo. Despego mi mirada del espejo para ver en tus ojos el universo entero, darme cuenta que con ellos descubres todos mis secretos y los vuelves a poner en su lugar, revelados e inútiles ya.
Escapo apenas de ellos refugiándome en tu cuello, en tu olor que es ahora mío, sabiendo que esto no durará mucho más al sentir el estremecimiento de tus piernas, que se aferran a mi en un último instante de placer, magnífico placer, tus manos que arrancan, con tu ultimo gemido y tu ultimo espasmo, el bolsillo de mi camisa. En un orgasmo perfecto que me sacude y hace encontrar de nuevo el espejo y estrellar mi mirada reflejada con mi mano libre para quitarle esa expresión de asombro, de placer y dolor. De orgásmico instante que se escapa entre las gotas de sangre que corren por los vidrios rotos.
Finalmente me besas, un único y magnífico beso que es mejor que la gloria y todas las tardes soleadas de domingo juntas.
No se como al salir del baño tu estás igual, bella y perfecta, y yo llevo en mi camisa y mi mano las huellas de una batalla que no sé si gané o perdí.
-Ya es hora- dices muy seria, arreglando la única línea corrida de maquillaje con tu espejito de mano.
-Si, ahí está llegando la gente, ahí está el…-
-¡Gordo! ¡Aquí estamos!-
Si gordo, aquí estamos. ¿Sabes? Hace un momento no estábamos...
-¡Hola par de dos! Que bueno que vinieron por mi a estas horas. ¿Y a ti que te pasó pelón? Parece que vinieras de una pelea de gatos…-
-Ya sabes Gabriel- digo mientras le doy el abrazo de Judas- la vida que llevo…-
-Pues tienes que comenzar a fijarte con quien te metes-
-Lo intento… créeme…-
De nuevo caminamos a mi viejo chevelle, mientras le das al recién llegado los besos y caricias que me negarás los próximos dos meses.
Al mirar mi mano herida sosteniendo un cigarrillo, pienso que también esta batalla la gané, de algún modo…